viernes, 24 de septiembre de 2010

Solo era un barco abandonado


Autor: Nahuel González.
     En un pueblo chiquito, al sur de la provincia del Chubut, una bahía llena de historias y misterios. Allí, una pequeña población en la cual la mayoría de sus habitantes eran descendientes de marinos. Ellos se instalaron y formaron una comunidad hace muchos años. En ese entonces el puerto dejó de funcionar. Nadie supo ni comprendió la razón, aunque surgieron muchísimas conjeturas.
     Algunos se animaron a decir que en los barcos murió mucha gente y que nadie sabe cómo ni porqué. Otros dicen que repentinamente dejó de funcionar porque era muy antiguo, por eso todas sus estructuras estaban muy deterioradas.
     En el lugar todavía vive Alejo. El es un anciano de 60 años que tiene una pequeña casa muy cerca del puerto.  Nadie conoce mejor que él este pequeño pueblito.

     Una noche, mientras intentaba dormir, la lluvia golpeaba sobre las chapas de su techo. El mar también se hacía sentir. Alejo escuchó una bocina muy fuerte a la distancia. Se quedó sorprendido por unos minutos, el silencio lo atrapó . El esperaba que se repita, sentado en la cama, atento en completo silencio. Unos minutos después nuevamente la escuchó, pero esta vez mucho más cerca. Era como si un barco estuviera llegando. Alejo, mientras se vestía, no podia evitar su ilusión. No podía entender lo que estaba pasando. Tomó su linterna y con desconfianza partió hacia el muelle. Increíblemente estaba llegando un barco. Todo era muy sospechoso. Todo muy extraño.
Alejo comenzó a caminar hacia la embarcación con la linterna apagada, como si tuviera miedo a que alguien lo vea. Cuando ya estaba muy cerca, se dutuvo a escuchar.  La fuerte lluvia le impedia hacerlo con claridad, entonces se acercó más. Cuando estaba muy cerca escuchó una voz familiar que venia del barco "¡Alejo!", le gritaron. El anciano, muy sorprendido, se acercó. Cuando llegó, sorprendentemente estaban todos sus amigos marinos desaparecidos. No lo podía creer: ''¡Pero ustedes están muertos!''. Sus amigos le respondieron: ''¡No Alejo! estuvimos navegando todos estos años''.
      Pasaron varias horas y entre charlas, naipes y alcohol, Alejo se acordó que de la emocion había dejado su linterna tirada afuera. Rápidamente salió en busca de ella. Se quedó un minuto afuera, pensando. Cuando volvió a entrar, estaba solo nuevamente, solo era un barco abandonado.